Escupir a la cara del recuerdo, ese que martillea sobre el yunque golpe tras golpe dando forma al herido. Intentar gritar tu nombre desde el precipicio, tirarlo desde lo alto y dejarlo escapar. Quiso herirlo. Y lo sabes. Tu nombre y apellido pisotearlos en medio de la calle como al desvalido mendigo que golpea sin piedad el tipo alta de clase media. Quiso hacerlo. Y lo sabes. Tender la mano y darle la limosna que haga más mísera su existencia. Delante de todos, para que le vean sumiso ante las costumbres de la vida. Corriente abajo. Corriente arriba. Lo intentó. Tantas veces como fracasó. Y lo sabes. Lo sabes porque aún sonríes cuando mira a otras en otros bares y te recuerda en cada trago. Lo sabes cuando abre la puerta para salir corriendo y acabar siempre en el mismo sitio. Lo sabes porque siempre te lo dice cuando en plena resaca escupe a tu cara el recuerdo de tu olvido.
Esa necesidad de que el alma hable, a veces susurrando, a veces chillando, pero necesidad a fin de cuentas, de expresarme, de sentirme, de vivirme, pero sobre todo, de salvarme.