Bailar descalzas con los deseos pegados.
Hundidas las miradas en la luz que enciende las palabras.
Esas palabras que acarician sin necesidad de manos, sin
necesidad de sonar más allá de mi boca pegada a tu piel.
Palabras que hablan despacio, recorriendo todo el camino que
siempre quisieron recorrer.
Ese camino que cuando callan, anhelan en gritos ardientes de
aullar al mundo que es tu cuerpo donde habita mi sentido.
A veces callo, callo y sólo miro.
Dejo que me trague ese universo desconocido que me atraviesa
con tan sólo un suspiro.
Y me pierdo.
¡Oh, sí!
Me pierdo.
Entre sonidos, palabras, tus ojos, la música y los míos, de
vez en cuando tropiezo.
Tropiezo en tu espalda.
En tus piernas.
En tus muslos.
En tu vientre.
En tus pechos.
Tropiezo una y otra vez.
Reconozco que, a veces, soy un poco torpe y…tropiezo.
La música se agarra fuerte a mis senos, me aprieta, me
pellizca y me acaricia todo mi ser, con esa melodía suave y tierna pero ávida
de cuerpo y piel a la vez.
La escucho, la siento, se me cuela adentro y se desliza como
la arena, haciendo cosquillas, erizando
todas
las
células.
Marea que todo arrasa,
dejando húmeda la playa.
Isla desierta en la que me olvido sin posibilidad de
rescatarme.
Naturaleza salvaje.
Volar a ras del suelo, subir y bajar con el vértigo agarrado
al ombligo.
Asir,
soltar,
asir más fuerte,
apretar,
más,
más,
¡más!
Piel con piel.
Mil hormigas que quieren jugar.
Fundir en un abrazo todo el hielo del invierno,
quebrar los olvidos, las distancias, las derrotas pasadas,
los miedos.
Piel con piel.
Una en dos.
Susurros al oído que se meten dentro,
dentro,
muy dentro.
Y se desnuda el alma, y se desnuda la vida, y se desnuda la
conciencia.
Bailar descalzas con los deseos pegados.
Desnudando el mundo que conocemos con los ojos abiertos.
Despertando los sueños hambrientos de más sueños, en un sin
fin de imágenes tatuadas en las entrañas a sudor, sangre y fuego.
Unidas por un tumulto de idas y venidas, hasta que al
final…nos encontramos.
En un instante que nos hace Dios.
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