Hay momentos que pasan a tu lado sin a penas darte cuenta. Son de esos de los que casi nunca te acuerdas, ni le das demasiadas vueltas. Simplemente, un día cualquiera, como muchos más, sucedieron. Así mismo, sin pena ni gloria, como se fue, llega un instante en que, ese, justo ese, te aplasta. Se revuelve, sigiloso, como si nada. Y de pronto, dado la vuelta, te agarra del pecho, te mira y te grita a la cara: ¡mírame! ¡Aquí estoy! ¡Soy yo! ...por favor, no me olvides. Somos instantes.
Esa necesidad de que el alma hable, a veces susurrando, a veces chillando, pero necesidad a fin de cuentas, de expresarme, de sentirme, de vivirme, pero sobre todo, de salvarme.