Despedí la noche con un beso a ciegas, en medio de un tumulto de risas cercanas que no me hacían ninguna gracia. Era como estar en invierno dentro del mismísimo infierno. No recuerdo muy bien mucho más. O no quiero recordar. Qué más da. Los detalles nunca se quedan conmigo, esos pequeños enanos inquietos que no dejan de aparecer en cada esquina de este jardín que es la vida. Nunca me quedé con sus nombres. El único que recuerdo es el enanito gruñon, curioso, de este no me olvido. Al final de cuentas (otra cosa que no controlo), lo que importa es el resultado, ¿no? Y como dicen las matemáticas, uno más uno son dos. Ahora quítale uno y te quedas contigo misma. Suma y sigue, si tienes ganas. La culpa fue mía, por querer despedirme, de noche, y con un beso. Hay momentos en los que es mejor pirarse con lo puesto, deprisa, sin decir nada y sin dejar pistas. Pero no, yo tuve que ser "bien educada", como mis padres me enseñaron. Si fuera maestra, le enseñaría a los niños una verdad