Podrán -desde el infierno- recorrerme las calles en medio de las noches atravesadas por sirenas en busca de balas, navajazos, heroína y putas de nombres impronunciables. Podrán -desde el infierno- enterrarme debajo de una farola, esa que siempre se apagaba cuando te besaba. Desdoblar las arrugas del último trago que nos dimos, aquel que nos supo tan rancio que decidimos emborracharnos de olvido. ¡Y podrán los putos ombligos del mundo seguir engañándonos mientras la televisión esté encendida, escupiendo basura en esos cementerios en los que entierran los restos de eso que llaman política! Qué más da lo que hagan -desde el infierno- con las noches baratas, el miedo que se suicida todos los días al levantar la mirada un poco más alta de lo que les decían. Pudieron construir sueños y estrellas de día, pero escogieron pintar nubes oscuras en una noche vacía. Vista desde ahí, qué más da mi vida. Esculpida por los designios del capitalismo,
Esa necesidad de que el alma hable, a veces susurrando, a veces chillando, pero necesidad a fin de cuentas, de expresarme, de sentirme, de vivirme, pero sobre todo, de salvarme.