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Mostrando entradas de 2017

Un invierno frío y largo

—¿A qué esperas?— A que el invierno pase. Este último se hizo largo, casi fijo, perpétuo, calando huesos y memoria. Un día, al despertar se me clavó el hielo en la espalda, a punzadas y trozos rotos, como si de repente aparecieran todas aquellas agujas perdidas que durante años busqué en aquel pajar, ese lugar seco, lleno de olvido y lamento. Sin apenas darme cuenta se me escapó el verano. Una mañana el cielo se volvió del revés, tuve que cerrar puertas y ventanas y aprender a caminar mirando hacia abajo, para no ver siempre llover. Hoy el frío ya no importa tanto, tengo cuero suficiente para cubrir todas las heridas que me quedaron. En mi retiro, aprendí a coser con palabras escritas en hojas blancas los remedios de las no pronunciadas. Porque hay muchas que son amargas, se clavan en la garganta como espinas de intenciones que se quedan amarradas, enterradas en ese bosque maldito de todas aquellas cosas que nunca nos dijimos, que nunca hicimos. —¿Cuándo va

Un adiós para siempre

Me regalaste dos palabras que se convirtieron en una. Una ausencia perpetua vivida en condena. Condena de olores de invierno amarrados a la piel en pleno verano. El humo que fuiste se disipó antes incluso de apagar el fuego. Es cierto, el sol brilla como nunca en lo alto de ese cielo donde naufragaron nuestras tardes. Y ahora, que ya es mañana, envuelvo aquellas palabras y le regalo a la vida ese adiós con el que tus silencios construyó mi presencia.

No existe el vacío

“y no existe el vacío si quieres colmarlo” —Ernestina de Champourcin— Si lo llenas, el vacío volverá siempre a colmarse. Resbalará por el borde del recipiente y mientras se deshabita, —de nuevo— inundará de brisas marinas, flores exóticas y olorosas dentro de cuentos huérfanos en busca de dueño, todo lo que a su paso, de golpe, la riada desbordada ahogue. A mí, confieso, me gusta el agua en todas sus formas: dulce o salada, y nadar no es un hobby, es el estilo de vida que profeso. Y sé que cansa, que moja, y que nunca podré atraparla. Sin embargo, yo siempre vuelvo allí, a su cauce, a ese mismo lugar que habita mi primer y último recuerdo, donde me sumerjo desnuda y despojada de miedos bajo las olas que embisten mi mar. Y me hundo de nuevo y, —de nuevo— me hallo, me lleno, de ese vacío que no existe si colmarlo quiero.

El perro que cojea

Cojea el perro por la calle al sol. Gentes sentadas ocupadas en terrazas, atadas a lo que esperan mientras el perro cojea en la misma calle, al mismo sol. El perro se acerca a la farola. Primero huele, luego mea. Rompe el ruido un carrito de helados arrastrado por la acera. Los niños miran. Las madres miran. ¡Estruendo! El perro, ahora quieto, se queda al pie de la mesa de los que se sientan a pasar la tarde quieta a la que ya poco le queda. Nada pasa. El perro se tumba. Luego vendrán las horas de hacer las cosas —ajenas— y las prisas. Niños que chillan, baños y duchas, poner la mesa, cenas rápidas, ligeras, alguna cuchara, teta, pijamas, televisión y cama. Así pasa el tiempo la gente que pisa la vida. Mientras, el perro —ahora quieto— cojea por la calle al sol de una tarde cualquiera.

Cuando el universo juega al escondite

Saber que estás. Que el espacio es corto pero la distancia larga. Espesa. Niebla densa que no me deja verte, que nos separa. Y el ansia aprieta, desespera, no poder tocarte, dejar de respirarte por culpa de esta cortina que el azar corrió tras un día de calor ajeno. El nuestro, aún no se enfrió. No tuvimos tiempo ni cambio para comprar un solo recuerdo. Dime vaso vacío, dime algo que por eso te apuro. Te apuro y te miro, con el ánimo perdido y las ganas oprimidas por lo que pudo ser y se quedó en tan solo eso... un suspiro tras un trago amargo. Te llené de nuevo, y yo sigo en el mismo lugar. Sentada. Derrumbada tras la barra de un bar, hogar de gente de todas partes. Hogar de aquellos que quieren perderse, porque encontrase duele. Y yo, que ya me encontré, en ese punto que tú conoces, me pierdo siempre que el universo se retuerce y juega al escondite con nosotras dos.

Décimas I - Oh poetisa

Nada sabía yo de ti soñar era mi sin vivir sonrisa puesta y fingir habitándome sola a mí. Desperté el día que te vi en medio de mi olvido, hasta ayer asumido, blandiendo una sonrisa como arma y premisa de aquel amor perdido. No es lo más sencillo amarte de tu parte ceusta estar, fácil es aparentar mas no quiero silenciarte. Te eriges en mi baluarte en este mundo mundano que no te da ni la mano sin pedir nada a su cambio, juego de trato y concambio de pose y gran circo humano. Aquí y ahora sin embargo el universo susurra alto y claro, gloria y un hurra, y despierto del letargo. Asumo grata este encargo, desplegaré la sonrisa, aparcaré hasta la prisa, nunca lloraré sin alma, soñaré despierta y en calma mil y un letras, oh poetisa.

Mil y una maravillas

Mil y una noches oscuras —también con sus días— recorridos a tientas. Cuentos de niños que se hacen grandes siendo pequeños todavía. Leen bajo las sábanas de la vida, con la luz encendida, las mil y una maravillas escondidas debajo del traje, bien planchado, que se visten cada día. Sonrisa imaginada, pintada en la tazá del café tomado de prisa en el bar de la esquina donde cada mañana atiende José. El típico señor, ni joven ni mayor, que siendo niño quería ser futbolista. Hoy, que ya creció sirve desayunos, cafés fríos y rancios vinos a turistas y oficinistas con almas de príncipes y princesas, que nunca soñaron con ser simples sombras cansadas de las ostias que te de la vida.

La aventura de la vida

 La aventura de la vida. Juntos es como se recorre el camino. Como se surcan las aguas en calma y las tormentas. Se surfean las olas y se disfruta de la adrenalina que cada brazada nos produce. Cada brazada en busca de ese lugar que todos consideramos nuestro. Esa playa, ese hogar. Ese diminuto espacio en la inmensidad del universo en el que, cuando te miro y te veo a mi lado, el infinito se convierte en esa distancia que quiero recorrer contigo . Spot de BETC Shopper Agency para Leroy Merlin (Gran Bretaña). Visto en We Love Advertising

Mi pena eterna a perderla

Tengo miedo a morir sin haber amado bastante. —Gloria Fuertes— Tiene miedo el mar.                        Embravecido. Poderoso e inmenso en lo ancho y más alto                        —Titán—                       de las olas. Salpica cuando llora.                       Oh, mi señora. Acaricia en su quietud cuando te abraza,                       soñadora, en la calma de un día, cualquiera,                      de verano                      eterno. Por qué se aleja, a veces, y otras...                     Se acerca. ¿Entiende que la quiero? ¡Cuántas veces se lo dije!                      Vasto                      Infinito. Suplico, que viva siempre. No se vaya, nunca, sin decir adiós. En sus lágrimas yo me baño de oro y plata descalza siempre el alma, hundiendo los pies en la arena. Hundiendo en su playa...                    Mi pena. El no tiene miedo, ni ella. El género es lo de menos —lo sincero es su esencia—. Le miro a los ojos y