Saber que estás. Que el espacio es corto pero la distancia larga. Espesa. Niebla densa que no me deja verte, que nos separa. Y el ansia aprieta, desespera, no poder tocarte, dejar de respirarte por culpa de esta cortina que el azar corrió tras un día de calor ajeno. El nuestro, aún no se enfrió. No tuvimos tiempo ni cambio para comprar un solo recuerdo. Dime vaso vacío, dime algo que por eso te apuro. Te apuro y te miro, con el ánimo perdido y las ganas oprimidas por lo que pudo ser y se quedó en tan solo eso... un suspiro tras un trago amargo. Te llené de nuevo, y yo sigo en el mismo lugar. Sentada. Derrumbada tras la barra de un bar, hogar de gente de todas partes. Hogar de aquellos que quieren perderse, porque encontrase duele. Y yo, que ya me encontré, en ese punto que tú conoces, me pierdo siempre que el universo se retuerce y juega al escondite con nosotras dos.
Esa necesidad de que el alma hable, a veces susurrando, a veces chillando, pero necesidad a fin de cuentas, de expresarme, de sentirme, de vivirme, pero sobre todo, de salvarme.