“y no existe el vacío si quieres colmarlo” —Ernestina de Champourcin— Si lo llenas, el vacío volverá siempre a colmarse. Resbalará por el borde del recipiente y mientras se deshabita, —de nuevo— inundará de brisas marinas, flores exóticas y olorosas dentro de cuentos huérfanos en busca de dueño, todo lo que a su paso, de golpe, la riada desbordada ahogue. A mí, confieso, me gusta el agua en todas sus formas: dulce o salada, y nadar no es un hobby, es el estilo de vida que profeso. Y sé que cansa, que moja, y que nunca podré atraparla. Sin embargo, yo siempre vuelvo allí, a su cauce, a ese mismo lugar que habita mi primer y último recuerdo, donde me sumerjo desnuda y despojada de miedos bajo las olas que embisten mi mar. Y me hundo de nuevo y, —de nuevo— me hallo, me lleno, de ese vacío que no existe si colmarlo quiero.
Esa necesidad de que el alma hable, a veces susurrando, a veces chillando, pero necesidad a fin de cuentas, de expresarme, de sentirme, de vivirme, pero sobre todo, de salvarme.