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Mostrando entradas de octubre, 2017

Un invierno frío y largo

—¿A qué esperas?— A que el invierno pase. Este último se hizo largo, casi fijo, perpétuo, calando huesos y memoria. Un día, al despertar se me clavó el hielo en la espalda, a punzadas y trozos rotos, como si de repente aparecieran todas aquellas agujas perdidas que durante años busqué en aquel pajar, ese lugar seco, lleno de olvido y lamento. Sin apenas darme cuenta se me escapó el verano. Una mañana el cielo se volvió del revés, tuve que cerrar puertas y ventanas y aprender a caminar mirando hacia abajo, para no ver siempre llover. Hoy el frío ya no importa tanto, tengo cuero suficiente para cubrir todas las heridas que me quedaron. En mi retiro, aprendí a coser con palabras escritas en hojas blancas los remedios de las no pronunciadas. Porque hay muchas que son amargas, se clavan en la garganta como espinas de intenciones que se quedan amarradas, enterradas en ese bosque maldito de todas aquellas cosas que nunca nos dijimos, que nunca hicimos. —¿Cuándo va

Un adiós para siempre

Me regalaste dos palabras que se convirtieron en una. Una ausencia perpetua vivida en condena. Condena de olores de invierno amarrados a la piel en pleno verano. El humo que fuiste se disipó antes incluso de apagar el fuego. Es cierto, el sol brilla como nunca en lo alto de ese cielo donde naufragaron nuestras tardes. Y ahora, que ya es mañana, envuelvo aquellas palabras y le regalo a la vida ese adiós con el que tus silencios construyó mi presencia.